Cuando se pretende analizar, con más detenimiento, la vida y obra de
algunos personajes relevantes, así como algunos hechos de nuestra historia
comarcana, notamos, muy a menudo, que ellos se encuentran envueltos por las
brumas de lo desconocido o lo medianamente estudiado, dificultades que ya es
tiempo superar, pues de ello se ocuparon muy poco nuestros primeros
investigadores, quizá más preocupados por la forma y el estilo literario que
por la realidad histórica, carencia acusada por muchos, pero corregida por
pocos.
Dentro de la mitomanía implantada por casi todos los escritores de nuestra
memoria colectiva, cuando se quería conmemorar el primer centenario de
Manizales, fantasiosamente se forjó una novela rosa que dañinamente desdibujó y
tergiversó la realidad de la Colonización Antioqueña y la de las gentes que
hicieron posible la gran epopeya de multitudes en que se convirtió el
engrandecimiento de las fronteras interiores de la Patria.
Personajes muy encumbrados en las letras y la política dejaron a la
posteridad líricas páginas sobre la trashumancia de nuestros abuelos y su lucha
contra la naturaleza y las Concesiones, se poetizó hasta el delirio, se exageró
o se minimizó la importancia y los actos de unos y otros actores, no se estudió
ni se narró la historia como tal, se quiso, apasionadamente, glorificar en
demasía la lucha contra la arisca y desconocida naturaleza de nuestras
montañas, lográndose con todo ello una narración pseudo-histórica, que no es,
por mucho, la historia lógica que nuestros descendientes puedan valorar y mucho
menos entender.
Una víctima, entre muchas, de esos tratamientos de que hago mención es el
explorador, colonizador y fundador Agapito Montaño, personaje del que no
sabemos prácticamente nada por medio de la historiografía y sus narradores
oficiales.
Agapito Montaño, según la tradición, formó parte de las primeras
exploraciones que se llevaron a cabo en el territorio del actual Manizales,
también participó en la famosísima “Expedición
de los 20”, de la que entre otras cosas podemos decir que no coinciden los
historiadores ni en el número ni en los nombres de los participantes en ella,
ellos, algunas veces, llaman fundadores
a algunos que sólo fueron exploradores o primeros pobladores y
viceversa, no coinciden, en estos nombres, José María Restrepo Maya y Juan
Pinzón, nuestros primeros historiadores, tampoco el Padre Fabo María y don Luis
Londoño, los más formales estudiosos y propagadores del pasado manizaleño.
El señor Montaño, formalmente, hace su aparición en la crónica oficial
cuando en compañía de gran número de vecinos del naciente caserío de Manizales,
dirigen, en noviembre de 1849, un memorial al Gobernador de la Provincia de
Córdoba, solicitándole el nombramiento oficial de cura parroquial en la persona
del sacerdote Bernardo José Ocampo para esta jurisdicción, de allí en adelante
se convierte en esporádico y desconocido fantasma.
Veamos algunos puntos no muy claros en la extraña vida de don Agapito:
1º ) Buenaventura Montaño, natural
de la Vega de Supía y doña María Francisca Palacio, son, posiblemente, sus
padres, según apunta el padre Fabo María en su “Historia de la Ciudad de Manizales”,
de lo que resultaría que don Agapito es sobrino político de José Joaquín Arango
Restrepo y Gabriel Arango Botero, esposos de Eulalia y Teresa Palacio, sus
tías, así como también sobrino de don Marcelino Palacio Restrepo, principales
miembros, Marcelino y José Joaquín, de la famosa Expedición de los 20.
2º ) Según Gabriel Arango Mejía, en
sus documentadas y valiosas “Genealogías de Antioquia y Caldas”,
al analizar la descendencia Palacio, nos crea mayores confusiones, pues allí,
sin hacer relación de sus hijos, don Buenaventura Montaño es llamado,
apocopando su nombre, Ventura, siendo para Arango Mejía, esposo de doña Carlota
Palacio, hermana de don Marcelino, contradiciendo en su obra
al Padre Fabo, pues en las “Genealogías” no figura ninguna María
Francisca Palacio como hermana del mencionado Marcelino.
3º ) Respecto al nombre de la madre
de Agapito Montaño, podemos decir de ello que es otra frecuente verdad a
medias, a las que ya nos tienen acostumbrados nuestros historiadores, poco
dados a la investigación en las fuentes primarias que soportan a la historia,
ni María Francisca, ni Carlota, es el nombre de la madre de Agapito Montaño,
como la designan el padre Fabo, nuestro historiador y el genealogista Gabriel
Arango Mejía.
Su verdadero y completo nombre queda claro al analizar la escritura número
39 del 10 de abril de 1859, corrida en la Notaría de Manizales, en ella se lee
que: “... pareció personalmente la
señora Francisca Carlota Palacio, viuda mayor de edad, vecina de este distrito...”, para vender una casa de
tapia y teja, ubicada en el Distrito de Abejorral, al señor Cruz Echeverri, por
la suma de trescientos sesenta pesos.
Pocos días después de este acto notarial, se corre otra escritura en la
Notaría de Manizales, identificada con el Nº 54 del 28 de abril de 1859, en la
que se consigna: “...ante mí Silverio Arango P. Escribano público.... Alvaro María
Giraldo i Antonio María Ospina otorgan escritura de venta de una casa a favor
de la señora Francisca Palacio...en la suma de ciento sesenta pesos”.
De lo que de paso debemos decir que el entonces Escribano Público, Silverio
Arango Palacio, quien llegara a ser Gobernador de Antioquia, Magistrado y
Representante al Congreso, es sobrino de doña Francisca Carlota, ya que es hijo
de su hermana Camila Palacio Restrepo y José Miguel de Arango Botero, lo que lo
convierte en primo hermano de don Agapito Montaño Palacio, por lo que no es
dudable que tan importante hombre público le hubiese apoyado y aún ayudado en
algunos momentos de su enigmática vida.
Estos dos actos notariales aparecen firmados con una desgarbada y
temblorosa letra por Francisca Palacio,
en ambos actos no se habla de segundos apellidos, pues por la época poco se
acostumbraba a tal formalidad, ni mucho menos de documentos de identidad,
debido a la no existencia de ellos.
Con estos dos actos notariales, es evidente e incontrovertible la
existencia y vinculación de doña Francisca Carlota, la madre de don Agapito en
los primeros días de Manizales.
4º ) Cuando Tomás Cipriano de
Mosquera, como Presidente de la Nueva Granada, el 29 de diciembre de 1849, por
medio del decreto Nº 1877 resuelve ceder 12.000 fanegadas para la fundación de
Manizales en uno de sus considerandos dice: “ de tierras baldías en un paraje
denominado La Inmediación de Montaño, jurisdicción del Distrito Parroquial de
Neira, en la Provincia de Antioquia”, simplemente estaba reconociendo
la existencia de un sitio llamado de Montaño, nombre que se había adoptado en
recuerdo de la famosa disputa, narrada en 1914 por Don José María Restrepo Maya
en sus “Apuntes para la historia de Manizales”, que tuvo en aquellos
parajes don Agapito con Genaro Arango por un pretendido derecho a pasar la
noche en un albergue construido anteriormente por el primero, es decir, Agapito
Montaño no era ningún personaje oscuro, ni mucho menos un individuo sin ninguna
preeminencia social dentro del grupo explorador, se pudo dar el lujo de que su
recuerdo se perpetuase por medio de un nombre dado a un lugar; muy pocos en su
época lo lograron y no propiamente los del pueblo llano.
5º ) Cuando se empiezan a repartir
los lotes de terreno para la construcción de viviendas dentro de lo que sería
la nueva población, vemos, el 24 de julio de 1850, a don Antonio Ceballos, como
Alcalde, demarcando y dando posesión del lote Nº 4 a Don Agapito Montaño,
posesión que se ubicaba en el pleno marco de la plaza, con una cabida de 20
varas de frente y 40 varas de fondo y lindando con los lotes de Victoriano
Arango y Fermín Londoño, según asiento de puño y letra de don Antonio Ceballos
en el libro de Registro de Adjudicaciones de Lotes y Predios, pero al examinar
cuidadosamente el Registro en mención nos damos cuenta de que ello es inexacto,
el lote Nº 4 se encontraba ubicado en el costado nororiental de la actual Plaza
de Bolívar, concretamente en la esquina que forman la actual calle 23 y la
carrera 21, donde hoy se halla construido el Edificio de la Licorera, es pues
imposible que hubiese lindado con un lote de don Victoriano Arango por el lado
izquierdo, ya que siempre por este lado ha habido una vía pública, en cuanto al
lindero trasero, sí es verdad que hubiese sido vecino de Don Fermín Londoño,
propietario del lote Nº 22, estas aclaraciones las hago estudiando
detenidamente el tan mencionado Registro y un mapa que levantó la Oficina del
Plan Piloto de Manizales, en los que se puede apreciar que, por aquellos días,
no hay ningún lote a nombre de Victoriano Arango en las manzanas que forman el
marco de la plaza, pues éste nunca recibió, como poblador, lote alguno en los
repartimientos.
Vale la pena resaltar que notarialmente no he podido encontrar documentos
anteriores a 1869 y 1874, como se verá luego, que nos indiquen la evolución
posesionaria de este lote, no existen escrituras que prueben si este fue
vendido o permutado por don Agapito, mucho menos un traspaso sucesorial o
cualquier otra negociación en la que interviniese notario público.
Los cuatro lotes adjudicados en el marco norte de la plaza fueron: Para la
Cárcel, y los colonos Vicente García, Nepomuceno Jaramillo y Agapito Montaño.
Por el lado occidental fueron dados a: Angel María Muñoz, Manuel Grisales,
Antonio Ceballos y Marcelino Palacio.
Por el lado sur los adjudicatarios fueron: Vicente Muñoz, Iglesia, Casa del
Cura y Antonio María Arango.
Por el costado Oriental fueron entregados a: Cornelio García, Ramón
Echeverri, Andrés Escobar y José Joaquín Arango Restrepo.
Todas estas personas, muy seguramente, tenían alguna importancia dentro del
proceso colonizador, de lo contrario no hubiesen obtenido tan magníficas
concesiones en el reparto de la tierra urbana, de lo que se puede deducir que
Agapito Montaño era persona de relativa valía y que esta le era
reconocida.
6º ) En el Archivo Municipal se encuentra un libro de correspondencia varia
recibida por nuestros alcaldes durante los primeros años de existencia de
nuestra ciudad, en él vemos la siguiente comunicación:
Devuelvo a u el sumario instruido contra
Eduardo Walker, Agapito Montaño i
socios, para que se sirva cumplir con mi auto de esta fecha.
De u atento servidor
Mariano Ospina”
Tampoco se ha especificado históricamente el motivo por el que se
adelantaron las diligencias judiciales de que habla Don Mariano Ospina Delgado,
ni las razones por las que don Eduardo Walker, destacado vecino y gran
especulador de las tierras que fueron de la Concesión Aranzazu, fuese sumariado
en compañía de don Agapito Montaño y otras personas no identificadas, mucho
menos se ha dicho del resultado judicial de dichas diligencias.
Lo único que queda en claro, al leer la misiva dirigida por el Juez Ospina
al Alcalde de Manizales, es que Agapito Montaño tenía muy estrechos vínculos
con uno de los ciudadanos más importantes de la colonización, hecho
incontrovertible e innegable, que da alto valor a mi tesis de que Montaño no
era propiamente un oscuro y anodino ciudadano.
7º) Don Luis Londoño, en su “Historia de Manizales”, relata un
hecho de profanación sacrílega, acaecido posiblemente en el año de 1856 o
principios de 1857, época para la que se esperaba el fin del mundo, imputando
el irrespetuoso suceso a don Agapito Montaño, cuando este en estado de
embriaguez y aprovechando la semioscuridad de la madrugada penetró al rústico
templo y confesó a algunas personas que se acercaron a él confundiéndolo con el
sacerdote y en procura del auxilio espiritual necesario que les permitiera
afrontar con tranquilidad el Juicio Final, éste les impuso como penitencia el
que bebiesen media botella de aguardiente para ahuyentar el miedo y que le
llevasen a él otra media del anisado, ya que también necesitaba armarse de
valor, la suplantación duró pocos momentos y se supo de ella algún tiempo
después, provocando agrias reacciones de algunos ciudadanos que se creían
burlados.
En esta narración don Luis Londoño nos lo describe así: “Don
Agapito era de baja estatura, ancho de espaldas y de abdomen abultado, de color
cetrino o tal vez caratoso”...“vivió muchos años arrimado a una familia
respetable, soltero, de trato afable y tal vez sin parientes; entendía un poco
el oficio de carpintero y en sus últimos años dejó el vicio del aguardiente al
cual era muy aficionado en sus tiempos juveniles”.
Es esta la única descripción que existe de nuestro enigmático personaje,
como se puede ver es superficial y amañada, no se dice cual era esa familia que
lo acogió y se usa por dos veces la expresión “tal vez” con marcada y
deliberada intención de ocultar su verdadera identidad, se podría deducir que
era un ciudadano incómodo y del que era imposible desprenderse, posiblemente,
por nexos de parentesco con uno o más colonos influyentes que discretamente le
apoyaban, acaso sus tíos políticos José Joaquín y Gabriel Arango o su tío
Marcelino Palacio o tal vez su socios, Eduardo Walker, según vimos y Liborio
Gutiérrez Echeverri, como en su momento
veremos.
8º ) Cuando se revisa el
repartimiento, iniciado el 6 de junio de 1853, de las tierras en el área rural
de lo que hoy es Manizales, de las que, según las negociaciones entre el
Ejecutivo Nacional y la compañía concesionaria debían ser entregadas a cada
colono 10 fanegadas, no vemos en ninguno de los registros a don Agapito Montaño
como beneficiario de ellas, a pesar de que tuvieron fin el 3 de mayo de 1857,
cuando se agotó la tierra a repartir, ausencia no explicable si se tiene en
cuenta su indudable importancia personal, su pleno y legal derecho según el decreto
y su intervención directa en todo el desarrollo colonizador y fundacional de la
nueva población y su área circundante, beneficios que sí obtuvieron otros
ciudadanos incluyendo sus parientes, amigos y compañeros, no importando para
ello la valía o preeminencia personal o la época de su llegada a estas tierras,
omisión que ningún historiador se ha detenido a escudriñar y mucho menos
explicar si se tiene en cuenta que don Agapito vivió muchos años más, como
vimos anteriormente.
Más extraño resulta lo anterior cuando vemos que el principal repartidor,
de los terrenos rurales, a nombre de la Junta Calificadora era José Joaquín
Arango Restrepo, esposo de Eulalia Palacio Restrepo, su tía, quien sí lo hizo y
con largueza con los demás parientes suyos y de su mujer.
9º ) Al estudiar los libros
parroquiales de Manizales, desde su apertura el 19 de febrero de 1851 hasta
1900, no aparece ninguna partida, ni de matrimonio ni de defunción, en la que
figure el nombre de Agapito Montaño, cosa por demás extraña, si se tiene en
cuenta el cuidado y el celo que los diferentes curas párrocos demostraron por
mantener dichos registros, anotaciones no muchas veces claras y comprensibles
para el lector de hoy, poco acostumbrado a la
extraña caligrafía y a la muy enrevesada ortografía de la época, pero de
indudable importancia, ya que eran los únicos documentos confiables que por
aquellos tiempos se llevaban en todo el territorio nacional, lo que unido a
otras cosas más convertía a la Iglesia en un poder con una organización
superior a la del Estado.
Para algunos, es posible que el señor Montaño no se llamase como
tradicionalmente se le ha conocido, bien pudo ser que Agapito fuese un
sobrenombre que con el correr de los tiempos y el uso frecuente terminó siendo
acogido por el propio Montaño, sus familiares y amigos, hasta convertirse en un
apelativo de alcance y aceptación públicos, perdiéndose la memoria de su
verdadero nombre o aquel que le fue dado en la pila bautismal, posibilidad no
muy frecuente, pero tampoco rara en nuestro medio, donde es corriente encontrar
casos de familias que al efectuar gestiones exequiales de allegados se enteran,
con sorpresa e incredulidad, que aquellos tenían nombres y aún apellidos que
nunca sospecharon hasta sus más íntimos, hecho que no se puede aplicar en este
caso ya que hay diversos documentos notariales en donde aparece la firma del
señor Montaño estampada por su propia mano, como se verá luego.
En el libro 001, de Defunciones de la entonces Parroquia de Nuestra Señora
del Rosario de Manizales, hoy Catedral Basílica, folio 013 se encuentra
asentada con fecha del 1º de marzo de 1855, la partida de defunción Nº 0002, en
la que textualmente se lee:
“En la parroquia Nuestra Señora del Rosario – Catedral de Manizales –
Caldas se realizó el rito exequial de Bonifacio Montaño Palacio soltero; hijo
de Buenaventura Montaño y Francisca Palacio, Murió a Marzo primero de mil
ochocientos cincuenta y cinco. Fue sepultado en Manizales a Marzo primero de
mil ochocientos
Cincuenta y cinco, Doy fe Pbro,
Esta partida nos da bases lógicas para sustentar nuestra teoría de que la
verdadera identidad y las actuaciones de don Agapito tuvieron un ocultamiento
intencionado, en los siguientes aspectos:
A)
Los nombres
de sus padres y sus apellidos coinciden con exactitud y hacen que don Bonifacio
sea hermano de don Agapito y emparenten estrechamente como sobrinos de los
Palacio y políticamente con los Arango y los Echeverri, según se vió
anteriormente.
B)
La época de
permanencia y muerte de don Bonifacio en nuestra ciudad, es exactamente la
misma en que se sitúa lo narrado por don Luis Londoño en lo referente al
sacrílego irrespeto imputado a don Agapito.
C)
La soltería de don Agapito, manifestada por el
historiador Londoño, es la misma de
don Bonifacio, la que es consignada en su partida de defunción,
haciendo, de nuestra parte, la oportuna aclaración de que son muy pocas las
personas de apellido Montaño que aparecen asentadas en los registros
parroquiales de defunción para que pudiesen prestarse a confusiones o malas
interpretaciones de sus nombres, la edad del occiso nos indica que es muy posible que Bonifacio fuese
hermano de Agapito, hecho evidente, pero del que no nos dice nada don Luis
Londoño, ni ningún otro de nuestros historiadores.
D)
Al continuar
con nuestras pesquisas tendientes a aclarar aspectos sobre Agapito Montaño,
encontré, en los tan mentados archivos notariales de Manizales, dos actos en
los que figura nuestro personaje de la siguiente manera:
1º Como testigo en la Escritura Nº 21 del 25 de
febrero de 1859, por medio de la
cual Ambrosio Cortinez, vecino de San Francisco (Chinchiná), vende a Bernabé
Uribe una casa en el poblado de Manizales por la suma de ciento veinte pesos.
2º Como firmante a ruego de Joaquín Vega en la
escritura Nº 41, corrida el 8 de Julio de 1863.
Actos que nos permiten colegir que Agapito Montaño Palacio, era un
ciudadano que llenaba todos los requisitos de ley para desempeñarse
socialmente, también vemos en dichos actos su legible y bonita caligrafía,
seguramente demostrativa de algunos conocimientos y capacidades intelectuales,
así mismo, deducimos, por las fechas de los tan comentados actos notariales,
que lo aseverado por don Luis Londoño sobre una triste vejez, luego de 1857, es
exacto, ya que claramente queda expresado que ellos ocurren, el uno en 1859 y el otro en 1863.
E)
Aún más, en
los innumerablemente estudiados y comentados archivos, aparecen otros cuatro
actos notariales así:
a)
Escritura Nº
96 del 20 de octubre de 1867 por medio de la cual, ante el notario Manuel
Villegas Botero, don Agapito Montaño P, hipoteca un lote “situado en la carrera de Bolívar
alinderado así: por el oriente con casa de habitación de Bruno Arango, por el
occidente y el sur con calles públicas y por el norte con solar de Jacinta
Agudelo” por la suma de $ 80.00 con intereses del 1% mensual a favor de
Benicio Angel, pagaderos el 20 de octubre de 1868, lote, que es el mismo que
había recibido como poblador en 1850 .
Documento en donde, por
primera vez, don Agapito, al firmar, estampa una P como inicial de su segundo
apellido.
b)
Escritura Nº
271 del 8 de marzo de 1869, por medio de la cual Brígido y Matilde Grisales,
como herederos, oficializan la venta de hecho que su padre Pedro Grisales hizo
desde tiempo antes de un terreno en el paraje rural de Veruñas, Distrito de
Manizales, a los señores Liborio Gutiérrez Echeverri y Agapito Montaño, los que
firman el instrumento ante los testigos Dionisio Becerra y Félix Ramírez.
c)
Escritura Nº
378 del 3 de julio de 1869, mediante la cual don Agapito Montaño vende a don
Fermín Londoño, su vecino, por $ 280.00 un pedazo de su solar y casa construido
en él, consistente de 15 y 7/8 varas de frente por 40 varas de centro, solar
que como vimos le correspondió en el reparto como colono inicial del poblado de
Manizales.
d)
Escritura Nº
536 del 2 de diciembre de 1874, en la que don Benicio Angel acepta la
cancelación de la hipoteca hecha en 1867 mediante la escritura Nº 96, que vimos
anteriormente, acto protocolizado en los folios 698 vta y 699 del mismo año.
Vemos pues, contradiciendo a los historiadores oficiales, a Don Agapito en
1868, 1869 y 1874 desempeñando y ejerciendo sus derechos ciudadanos,
deduciéndose, irrebatiblemente, de todo ello que por aquellas calendas todavía
se hallaba vivo don Agapito.
A partir de aquel 2 de diciembre de 1874, nada se sabe, documentalmente, de
uno de nuestros fundadores, seguramente no muy importante, pero sí participante
activo en la génesis de nuestra ciudad, en la tradición oral de los Jaramillo
Palacio, de los Palacio Echeverri, de los Arango Palacio, de los Palacio
Restrepo, de los Palacio Isaza, y de los Londoño Palacio, familias formadas por
los tíos de don Agapito, así como de las de sus descendientes, nunca se ha
hablado, al menos que yo sepa, de la familia Montaño Palacio.
Sería que para aquellos cerrados clanes familiares no fue de muy buena
aceptación que su hermana Francisca Carlota se hubiese unido en matrimonio con
el caucano Buenaventura Montaño?.
Lástima que los archivos civiles y eclesiásticos de Supía, solar y cuna de
los Montaño, por acción de las guerras, los incendios, pero más que todo por la
desidia y la ignorancia de los funcionarios públicos encargados de su custodia,
hayan desaparecido, o fueron destruidos y mutilados en gran parte, allí se
podrían haber esclarecido muchas de nuestras dudas con respecto al origen y
desenvolvimiento de los Montaño y otras con respecto a lo sucedido en
pretéritas edades de nuestro desenvolvimiento civil .
Vale la pena para nuestra historia que se siga investigando en este y otros
nebulosos aspectos, recalcando, que es éticamente imposible ocultar, soslayar o
disfrazar la rica herencia que nos fue legada, con ello no beneficiaremos a
nadie, por el contrario contribuiremos al oscurantismo y a la consecuente y
repetitiva elevación de una falsa imaginería en nuestro santoral histórico,
práctica recurrente y frecuentemente usada por los turiferarios de turno, para
beneficio de los pocos pequeños grandes prohombres comarcanos con que se quiere
ahora reemplazar a los honrados y laboriosos titanes que forjaron nuestro
pasado.
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